El Alzheimer Canino: Cuando la memoria de tu mascota empieza a desvanecerse

Es una verdad agridulce en la vida de todo amante de los perros: estos fieles compañeros envejecen mucho más rápido que los humanos. Pero junto a las canas en sus hocicos y un paso más lento, la longevidad de estas mascotas ha revelado un desafío silencioso: la demencia senil canina, conocida científicamente como Síndrome de Disfunción Cognitiva (SDC), la que sorprendentemente, tiene más en común con el alzhéimer humano de lo que se podría imaginar.

A medida que los perros viven más tiempo gracias a la mejor nutrición y atención veterinaria, se hacen evidentes los cambios neurodegenerativos en sus cerebros. El SDC no es simplemente una “manía de la edad”, sino un deterioro progresivo que afecta la memoria, el aprendizaje y la percepción. “Los estudios post mortem en perros han revelado depósitos de una proteína llamada beta-amiloide, muy similar a los que se encuentran en el cerebro de los pacientes con alzhéimer. Este depósito, junto con el estrés oxidativo que daña las neuronas y reduce el flujo sanguíneo, provoca un deterioro de las funciones cerebrales”, explicó el Dr. Aurelio Salazar Rodríguez, del Departamento de Ciencias Clínicas de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Concepción, quien agregó que “este paralelismo no solo nos ayuda a entender lo que les sucede a nuestros perros, sino que también posiciona a los canes como un valioso modelo de estudio para la medicina humana, dado que su proceso de envejecimiento es más acelerado que el nuestro”.

Señales de Alerta

Si bien el SDC puede presentarse en perros a partir de los seis a ocho años, la sintomatología se hace más evidente en mascotas que superan los 13 o 14 años. De acuerdo a lo manifestado por el Dr. Salazar, es importante estar atentos a las señales que indican que la mente del perro no está funcionando como antes. “Puede haber desorientación espacial, es decir, el perro se pierde en rincones familiares o parece no reconocer su propio hogar; pérdida de hábitos: un perro que siempre hacía sus necesidades fuera, comienza a orinar y defecar dentro de casa, cambios en los ciclos de vigilia y sueño, o bien alteraciones de conducta: se vuelve más agresivo o apático, perdiendo el interés en actividades que antes amaba”.

Uno de los aspectos interesantes señalados por el experto, es que las investigaciones sugieren que las hembras y los animales esterilizados o castrados podrían tener una mayor predisposición a desarrollar este síndrome. “Se cree que los estrógenos podrían tener un efecto neuroprotector, un tema que aún se debate y que subraya la complejidad de esta condición. Además, se ha observado que los perros de raza pequeña son más propensos a sufrir de SDC, dado que su esperanza de vida es, en promedio, más larga que la de las razas grandes o gigantes”.

Rol de la Prevención

Al igual que para los humanos actualmente, no existe una cura para el envejecimiento cerebral, pero se puede mejorar significativamente la calidad de vida de las mascotas afectadas. El enfoque principal es la prevención y la proactividad. Esto incluye una alimentación adecuada, rica en Omega 3 y vitaminas A y E que ayuden a proteger el cerebro del estrés oxidativo. También existen medicamentos que su veterinario puede prescribir para ayudar a mitigar el avance del cuadro.

En un mundo donde la longevidad es un bien cada vez más preciado, es crucial recordar que perros, e incluso gatos que también podrían presentar este síndrome, se merecen una vejez digna.

En la línea de entender y hacer estudios poblacionales que entreguen una visión más holística, relevante resulta el proyecto de investigación liderado por el Dr. Aurelio Salazar y la estudiante de Veterinaria UdeC, Gabriela Ruz, con el que se busca establecer el porcentaje de perros con signos de disfunción cognitiva en la ciudad de Chillán. Para ello trabajarán con las clínicas veterinarias de la ciudad y con la información que se recopile se podría posteriormente educar a los tutores y fomentar un envejecimiento más sano para las mascotas.

Por Francisca Olave Campos